Los grandes grupos de la industria de la moda (LVMH y PPR) se pelean por añadir a sus filas a las mayores promesas. Y como no podía ser de otra manera, esas promesas, son los nuevos diseñadores emergentes. En los últimos meses, LVMH ha apostado por Maxime Simoëns, la promesa de la costura francesa, y por el joven británico J. W. Anderson, nombrado como nuevo director creativo de Loewe.
Uno de estas jóvenes promesas tiene nombre propio: Joseph Altuzarra. Y es que en apenas cinco años el diseñador francés ha creado una firma de envergadura global de la que todos hablan y quieren un pedazo. Discípulo de los mejores del mundo de la moda; Marc Jacobs, Proenza Schouler o Riccardo Tisci, su trabajo siempre fue impecable. El mejor ejemplo es que su colección de Otoño-Invierno 2011/2012 (que fue su quinto desfile), sí, aquel en el que convirtió la parka en una prenda imprescindible, tardó menos de 24 horas en agotarse en Net-a-porter (pero a su precio de cuatro cifras). Hoy en día las ventas de Altuzarra rondan los 7,3 millones de euros.
Podemos decir que su trabajo tiene el sello de la sotisficación de la costura francesa y la palpitante energía neoyorquina. Sus creaciones son un mensaje que lanza al mundo, a través de las puntadas que da a cada prenda, se convierte en el mejor comunicador posible para el universo de la moda.
A través de sus siluetas explora la seducción y en los detalles, la sensualidad se extiende hasta la provocación consiguiendo que sus colecciones sean conocidas por su sentido del erotismo. Como dice él "cuando empiezas una colección, has de llevarte a ti mismo a límites que te lleguen a incomodar". Y es que el riesgo que toma en cada colección, es lo que más aplausos levanta entre el público.
Los vestidos de piel, las faldas lápiz con aperturas que dejan ver, y mucho, el muslo, los abrigos de pelo, los trajes de chaqueta con hombreras a lo femme fatale de la colección de este Otoño-Invierno materializa todo esto que no es otra cosa que su propia filosofía.
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